Gestación y nacimiento de una Pluma en el Caribe

Por Alejandra Rosa

Veintidós estudiantes. Pluma y la tempestad 2015. Producción trabajada en el marco del curso Actividades Dramáticas II, dictado por la actriz y profesora Carola García López, para el Departamento de Drama de la Universidad de Puerto Rico. Líneas muy pragmáticas para entender los tejidos de este montaje, unos que, ya pasados tres meses desde la última función, toca deshilar para repensar, para entender.

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Nunca había mirado una pluma con curiosidad intelectual, con ganas de que algo me enseñara. Van ya ocho meses de haber sentido la textura de la lectura que nos propone Carola García a Pluma y la tempestad y todavía sigo entendiendo ese cúmulo de hilachas tiernas que se sostienen en el aire como en una invitación a trascender la gravedad por muy dura y gruesa que sea. Quizás para contarnos que mecerse en el aire es otra forma válida de la supervivencia. Quizás para invitarnos a sentir desde el vacío cuán concretas pueden ser nuestras realidades. No lo sé, aún sigo entendiendo.

Carola reescribe Pluma, del maestro argentino Arístides Vargas, con un cariño muy especial por el texto. Teje cada escena con la conciencia de un contexto puertorriqueño habitado por tormentas cotidianas in-visibilizadas. Recuerdo con agudeza, en las tardes de junio del 2015, ver la hiperactividad intelectual de Carola abrirle paso a una Pluma y la tempestad en el Caribe. Tras armar diálogos con la misma cautela que amerita una cirugía de papel, surgió su adaptación. Una tarde de agosto, una nueva Pluma llegó al cuerpo del elenco y el libreto se tornó teatro. Ya no serían trazos literarios bien cuidados y contextualizados en un Puerto Rico que nos duele. Serían poesía en cuerpos sinónimos de la entrega, de entrenamientos rigurosos, de corajes, de dudas, de hilos de humanidad, porque en fin, eso somos siempre, humanos asumidos como nervios en un intento por reflejar humanidades.

Pluma, un montaje escuela, y cabría por acá un gerundio. Sigue siendo. Una mirada hacia adentro y otra hacia fuera quizás baste para constatar que aquellos sucesos que nos han trascendido, que nos han formado, han estado precedidos por un proceso. Proceso, cuenta la Real Academia Española: acción de ir hacia delante. Transcurso del tiempo. Y qué impresionante notar el transcurso del tiempo en tantos cuerpos precisos en escena, cuerpos novatos en las tablas, en su mayoría. Qué gran reto transitar entre y hacia sensibilidades internas y externas. Sentir. Filtrar. Cuestionar. Procesar. Qué ardua tarea, esa de ser un nervio.

Sería válido decir que Pluma nace desde el amor, si se tiene una conciencia profunda sobre la complejidad de este constructo social tan repetido y poco entendido. Pluma nace desde un amor que hace suyas dolencias ajenas para servir como aliciente. Desde un amor solidario. Desde un amor que invierte energías en proponer realidades alternas. Igual de certero sería decir que, paradójicamente, Pluma también nace desde el dolor, o desde dolores, en plural. Desde esas dolencias que nos hacen girar los ojos hacia adentro para revisitar cada recoveco herido por un contexto tempestuoso. Pluma nace desde una sintonía muy honesta con Latinoamérica, una que gracias al bagaje de Carola se torna en una extensión letrada de Arístides Vargas en suelo boricua.

Un montaje de crudeza y poesía, de realidades y de fe, sobre todo fe, en que un mejor mundo es posible. Habría que reconocer lo romántico de la fe, pero el caso es que, a veces, si se repite uno con voracidad un dogma puede uno hacerlo suyo. Y un poco eso busca Pluma también. Extenderle la mano al público y a sus mismos actores, permitirles levitar por un periodo de tiempo, permitirles mirar desde otro lente nuestras tempestades cotidianas. Para lamentarlas, sí, y para llorarlas también, y en cuántos ensayos no hizo falta un “llorao” colectivo. Pero las lágrimas son efímeras y Pluma nos invita a trascender el llanto, a sustituirlo por la imaginación de una realidad alterna cimentada sobre acciones concretas. Imaginamos, a sabiendas de que los mejores mañanas comienzan por el imaginario. Que, después de todo, como diría nuestra Carola, para eso hacemos teatro, para creer que otras realidades son posibles. Para repensar junto a nuestra audiencia qué de reales y qué de ficticias tienen nuestras propuestas en escena. Porque que quién sabe si de pronto, de tanto imaginarnos, de tanto mirarnos y repensarnos, logramos entendernos. Y tras el entendimiento, la calma.