Bitácora del vuelo

Por Alejandra Rosa
Mayo 2015, Selección de Plumas y un primer vuelo colectivo

50 estudiantes audicionaron para formar parte del montaje Pluma y la tempestad 2015, en el recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico. Dirigieron las audiciones Carola García y Mickey Negrón. Semanas más tarde, 22 estudiantes seleccionados se dieron cita en la Facultad de Humanidades de la UPR. Aquella tarde de mayo, los alumnos se identificaron utilizando frases sin sentido aparente. Doce pares de pies descalzos sobre la madera que les sostendría durante un sinfín de horas venideras. Sesenta y ocho placas negras, radiografías sinónimos de heridas, de miradas internas, de privacidades ajenas. Tres horas y medias para sentirlas, contemplarlas, violentarlas y entenderlas como metáforas. Retratos que habían trascendido la superficialidad para dar cuenta de lo no evidente. Eso sería Pluma. Un montaje espejo de violencias físicas y emocionales, de desigualdades sociales, de deshonestidades, drogadicciones, desesperanzas, “y así sucesivamente hasta los confines de la existencia”, como diría Arístides Vargas, autor de la versión original de la pieza.

Junio y julio 2015
Comenzó el verano y pausó el elenco pero no el vuelo. El 17 de junio se llevó a cabo una reunión con el profesor Miguel Vando, encargado del diseño de vestuario del montaje. Entre telas históricas, Carola y Vando dialogaron sobre las estéticas que transitarían el teatro Julia de Burgos, del 12 al 18 de noviembre.

Encuentros frecuentes sirvieron para hilar líneas, resistencias y logísticas del montaje, que a todas luces se presentaba como uno complejo. Tendría múltiples intervenciones de coros corporales, cuerpos que un poco se tornarían en la escenografía del espacio, a la vez que darían vida a personajes de la pieza. Por otro lado, la obra original proponía una Pluma y una pareja de padres, pero a Carola su instinto creador le había susurrado otro camino a recorrer: tres Plumas, tres seres que responderían a una bifurcación de género. Y bueno, a tres Plumas, tres parejas de padres.

Pluma GA, Padre 1, Madre 1. Pluma JO, Madre 2, Padre 2. Pluma JA, Madre 3, Padre 3, leía el libreto de la nueva adaptación.

Asignar líneas antes enunciadas por un actor y ahora a pronunciarse por varios, fue una tarea que me atrevo a dotar de científica. Una hipótesis de fe en los instintos. Una metodología cualitativa, con un ritmo, actores y energías que cuidar. Una conclusión teórica, a probarse en escena tras la sintonía o no sintonía de los cuerpos con la palabra.

Un verano entre marcadores, cartulinas, organigramas, teclados, poemarios, lecturas y relecturas. Carola García pensando en voz alta y su asistente con los dedos. Pausas y muchas tazas de café. Borradores de borradores, hasta que una noche, el 20 de julio, mis dedos presionaron “grabar” y luego “enviar”. “Habemus adaptación”, y un respiro, o dos.

Agosto a octubre
Luego de los primeros ensayos, les pregunté a los muchachos por qué quisieron formar parte del montaje. Apuntaron hacia Carola. Hacia el cariño y el respeto que le debían. Desde ahí y con un sentido de profunda entrega, creció, semana tras semana, noche tras noche, propuesta tras propuesta, cada escena de Pluma y la tempestad, hasta estrenar con teatro lleno el jueves, 12 de noviembre, a las 8 de la noche.

Doce horas de ensayos semanales que en semanas previas al estreno se tornaron en quince y dieciocho. Noches, mañanas y tardes. Salidas a las once de la noche del Departamento de Drama. Una veintena de actores siempre presentes a la vez. Feriados y domingos. Entrenamientos corporales y luego la palabra. Siempre el cuerpo antes que el verso.

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12-18 de noviembre, Vuelos y aterrizajes plumas, puestas en escena

La noche de estreno, a las 6:30 de la tarde, recuerdo que nos asomamos al pasillo aledaño al teatro y supimos que tendríamos que sumar funciones. Y así fue. Tres de los siete días de la puesta en escena se ofrecieron dobles funciones. Público familiar, estudiantil, académico y artístico, levitó en medio de la tempestad durante la hora y diez minutos que duró la puesta.

El 18 de noviembre, casi a medianoche, nuestra regidora lanzó el último “cue” de luz y con él fue perdiéndose la luminosidad del teatro a la vez que escuchamos a una de las madres entonar la melodía emblemática de la pieza:

Ya el sol está oculto
Las flores dejaron su tallo
Y la vida pasa y pasa
La tierra es una mantra
Las flores cantan
Y la vida pasa y pasa
El alma viuda del cuerpo
Sobre los árboles vaga
Y la vida pasa y pasa.

El elenco, equipo de producción y sujetos del público que asistían por segunda vez al teatro para ver la puesta, apalabraron “Hay que aprender a vivir en medio de la tempestad”, tesis final de la pieza. Se asomaron algunas lágrimas que apuesto albergaban la misma carga emocional de una Pluma cuando sobrevive una tempestad.

Exhalaciones cargadas desde los pares de pies en escena. Siluetas sostenidas en el escenario negro, frente a una ciudad de luces en la que tantos se han perdido. Los cuerpos cansados pero la imagen precisa, tan poderosa como en la primera función. Exhalaciones desde las butacas de terciopelo del teatro se suman al clarinete. Un silencio agudo en la cabina de regiduría y un pensamiento llega como para recordarme lo obvio, que la última función está por culminar, y que en cuanto se enciendan las luces Pluma se nos habrá escapado del presente.

Y no sé qué sentir así que me uno a la densidad que se respira en la sala, al vaivén de emociones que es casi palpable, sensibilidades que se me hacen dignas de un último vuelo.