Musicalización de la pieza

Músicos

Miedo y creación
Reflexión sobre el proceso de creación musical de la obra Pluma y Tempestad
Por Luis Rodríguez, Director musical de la pieza
“Solo el amor puede sostenerte en el aire”. -Aristides Vargas

El miedo es inmovilidad, es la inercia del hacer, la inseguridad de dar un paso y que éste te lleve a un hoyo. Peor aún, que ese paso termine siendo motivo de burla o que la vulnerabilidad de lo genuino termine en la implacable boca cínica que habita dentro y fuera de uno mismo. A la vez, el miedo es una ventana, un guía que alerta, quizás, que la expansión y el crecimiento pueden estar detrás de eso que nos hace temblar. Enfrentar eso que nos hace pequeños nos hace grandes.

Esto me recuerda un comentario de Osho que dice “La semilla no sabe qué va a pasar, nunca ha conocido a la flor. Ella no cree que tiene la potencia de convertirse en tal belleza. El camino es largo y nada está garantizado, miles son los peligros de la travesía. En cuanto decide salir de su caparazón donde estaba segura, comienza la batalla de abrirse camino con las piedras, el clima, los insectos. La semilla es dura pero el germinado es suave y delicado. No había peligro para la semilla pero sí para el germinado. Con todo este peligro, él sigue hacia lo desconocido, girando y girando hacia la fuente de luz. Para hacer esto se necesita mucho valor”.

Recientemente, he tenido el privilegio de guiar dos grupos de estudiantes en la Universidad de Puerto Rico. El primero, para comenzar un contacto inicial con la música y el segundo para la creación de música para teatro. El factor común de mis dos grupos ha sido el miedo a conectar desde un espacio propio con lo que quieren un lenguaje que quieren aprender a expresarse y que les apasiona: la música. En este proceso observe cómo se dio una batalla campal interna entre un sin fin de voces que redunda en los opuestos. La primera es esa fuerza que nos empuja a ser, la intuición que los trajo a un salón de clases con la esperanza de poder expandir más allá de lo que se es. Es la voz que está conectada a Todo y que sostiene el germinado guiado hacia la luz. La segunda es una fuerza contraria, una contracción que insiste en lo fácil, en dejarse llevar por la pesadez de la vagancia, la distracción momentánea del no compromiso con uno mismo.

Cada acto conlleva energía y cada energía se canaliza en un acto. Esto pone en movimiento al Universo que está en constante expansión. Pero hay veces que nos movemos hacia el lado contrario a dónde queremos ir o caer en la confusión del pensamiento discursivo, en los porqués, en la búsqueda de la prueba objetiva que nos anime a tomar el paso. Entonces, nos cerramos a la posibilidad de que todo es parte de nosotros, incluyendo la música.

La creación y el entendimiento musical tienen que ver con una conexión muy íntima con la energía. Esa conexión nos lleva a entender que somos canales de algo mucho más grande que nosotros. Para lograr expandir nuestracapacidad de creación y canalización hay que cultivar el instrumento . El instrumento es la persona: su cuerpo y mente. Si pensamos la música como vibración que a su vez es energía, podemos sentir que nosotros somos la música, somos una composición de vibraciones que tienen ritmo, textura, color, dinámicas, altura, densidad, armonía, melodía, intensidad y estructura. Somos una composición ambulante e infinita constantemente haciendo un concierto es decir, viviendo.

Siento que el miedo empieza con lo desconocido (que sólo es una aparente separación) y esto se traduce a enfrentarse a la página en blanco o llena de notas. Nos acercamos entonces con temor, con miedo a crear melodías en el silencio o hacer vibrar un instrumento. Sea cual sea el caso, en el proceso tratamos la música o el acto de creación como algo externo y nuevo. Comenzamos a buscarle cinco patas al gato y, dudando, se nos quitan las ganas de hacer y de ser. Al principio sentí que mis estudiantes cargaban con una barrera, que se sentían alejados de la música, como si fuera algo externo y complejo, desconocido. Aunque todo esto también ha sido cierto, en esta experiencia lo más complejo ha sido lograr que se desvistan del miedo, que busquen conectar con ellos mismos y confiar. Atreverse a cometer errores, desligarse por un momento del ego para poder ser vulnerables frente a los demás.

Cuando comenzamos el proceso para trabajar la música de la obra Pluma y Tempestad de Aristides Vargas decidimos hacer una convocatoria abierta a los estudiantes de música. En el proceso los estudiantes que llegaron a la audición tenían buen sonido. La mayoría de ellos podían leer una partitura con fluidez y otros estaban entrenados para piezas clásicas de mucha dificultad técnica en su instrumento. El factor común de todos fue su inmovilidad cuando les pedí que se imaginaran cómo sonaría una escena que describí y que luego la interpretaran en sus instrumentos. Sus caras se llenaron de terror. Pronto comenzaron a inquietarse y uno que otro decía- no sé cómo hacer esto. Me di cuenta entonces que nunca habían creado desde su instrumento, solo habían seguido instrucciones para tocar piezas como un soldado que sigue órdenes de algún superior. Durante su proceso educativo, nunca nadie les planteó la pregunta de cómo canalizarse o ser desde su instrumento. En gran parte, esto es lo que hace la academia con los instrumentistas; prepararlos técnicamente para leer una pieza con virtuosismo. Nada más.

Durante los ensayos, de la obra les explicaba que no siempre funcionan las ideas musicales que se proponen para una escena por que depende de muchos factores, tales como el movimiento, las luces, de dónde viene la trama y hacia dónde va, la intención y el ritmo que necesita la escena, el imaginario del director y la intención de los actores. Además, les expliqué que las melodías saldrían del mismo proceso de ensayo con los actores y de las necesidades que nos encontremos en el camino; en otras palabras, que la composición saldría orgánicamente de su experiencia e interacción con el desarrollo de la puesta en escena de la obra y que no sería impuesta desde otro lugar. Hay que estar en los ensayos y vivir la transformación de los personajes y la búsqueda en la construcción de la pieza. Al principio sentí un poco de frustración de parte de los estudiantes escogidos para interpretar la música de la obra. Se ponían tensos al ver que no tenían papel, que no había nada escrito y que no sabían qué hacer. Poco a poco fuimos trabajando con el ego que fundamenta el miedo para que no se amarraran a una idea y pudiéramos desarrollar diferentes propuestas desde diferentes instrumentos. Y así, lentamente, se fueron permitiendo crear, sabiendo que quizás sus propuestas no funcionaban y que esto no quería decir que la creación fuera “buena” o “mala” si no que había que buscar más alternativas, adentrarse más. Algo lindo que tiene el teatro es que se siente o no se siente. De lograrse, las imágenes, el texto y la música penetran el cuerpo del espectador y trastocan lo más profundo de su ser, adentrándose por la piel y resonando en los más lejanos y diminutos cuarks . Poco a poco cada uno de los músicos, antes instrumentistas y ahora creadores, se integraron con total generosidad al proceso . Ví cómo, inclusive, su postura cambió al sentirse relajados en el proceso creativo. Ahora la creación se había convertido en diversión, la experimentación no tenía una carga evaluativa (¿esto está bien o mal?) De repente fueron capaces de crear y jugar con cualquier cosa y utilizar su potencia y el conocimiento de su instrumento para crear texturas, armonías, melodías, ritmos. Es decir, fueron más libres.

Entre todos crearon una composición colectiva desarrollando y transformando un tema desde sus diferentes instrumentos.

Definitivamente, crear espacios de vulnerabilidad para la creación es sumamente importante, No solamente hablo de espacios físicos si no de comunicación. Cada uno de nosotros está en proceso de expansión sin igual y somos capaces de crear desde dónde sabemos, lo que somos y lo que necesitamos. Soltar el control del proceso y trabajar más desde la intuición me ha ayudado a poder estar a la altura de guiar este acto de transformación con mis estudiantes.

Esto es fundamental para cualquier tarea de liberación. Hay que soltar el control y ser vulnerable.“Solo el amor puede sostenerte en el aire” dice el dramaturgo de Pluma y Tempestad.Y fue el amor lo que sostuvo todo este proceso creador.

Texto recuperado de http://www.lrsmusica.com/blog/

Reflexión de Siúl Valentín, violinista de la pieza
“Hay que aprender a vivir en medio de la tempestad”
-Pluma y la Tempestad, Arístides Vargas

Esto fue lo que estaba escrito en la promoción para las audiciones de este gran proyecto que me capturó en cuanto lo leí. Fue lo último que pronuncié al presentar mi audición. En ese momento, no supe cuanto Pluma iba a cambiar el curso de muchas cosas para siempre. No tenía idea de que sería parte de algo tan grande. Cuando supe que no fui escogida para interpretar un papel en la producción, pensé que era la última vez que diría estas palabras. Pero me equivoqué. Luego me entero de que la obra necesitaba músicos. Honestamente, audicioné anhelando con todas mis fuerzas estar dentro, pero no estando del todo segura de que realmente pasaría. Cuando crucé el umbral de la puerta después de haber sonado mi violín, me dije “Ya lo hiciste, Siul. Ahora prepárate para el no”. Cuando abro mi correo electrónico para verificar todo menos eso, me encuentro con que esta vez sí contaban conmigo. La alegría y la emoción que me asalto en aquel momento no cabía en mi pecho ni en mi entero cuerpo. Mi sonrisa no podía ser más grande. Ahí comenzó mi aventura y lo que definiría el enfoque de las próximas semanas de mi semestre.

Al llegar al primer ensayo, se me había olvidado todo lo que sé. Solo recuerdo que estaba feliz de estar ahí. Con el tiempo, Pluma se volvió parte de lo que ocupaba mi mente a diario. Mientras más me adentraba, más me entregaba a mi trabajo con cada vez más pasión y mayor entendimiento de muchas cosas que antes desconocía. Tuve la oportunidad de compartir con un equipo de trabajo excelente que, desde entonces, considero que nos hemos vuelto ramas de un mismo árbol nacido de una misma raíz. Aprendí a trabajar desde el amor, haciéndome consciente de lo que esta vez el arte tenía que decir. Dejé que me hablara, que me fragmentara y que me enseñara a mi primero. Y aún luego de la última función, Pluma todavía lo hace.

Me llena de gran satisfacción haber podido participar de este proyecto con lo que llamo “mi tercer brazo”, el violín. Pluma fue un espacio de gran crecimiento. Me di permiso de transgredir mis formas hasta hacer posible lo que antes para mí era inimaginable. Experimenté hasta llevarme a límites de mi instrumento que jamás pensé que existían. Me reté y pude descubrir un poco más de la infinidad de cosas que se pueden lograr con una idea que emerge de aparentemente nada. Encontré tanto propósito que luego se hacía difícil limitarlo a cinco líneas y cuatro espacios. La inspiración volaba sola. Lo que antes me parecía familiar y seguro se desvaneció. Sobre esto se construyó otros umbrales de posibilidades por donde no pasaba el ego, más dibujaba el comienzo de un sinnúmero de formas de hacer música y de hacer vida. En su dificultad, hallé muchos caminos. Me solté con una nueva confianza y a través de esta tempestad pude escuchar los sonidos de la calma.

Celebro que se me concedió el privilegio de poder exponer todas las disciplinas que practico desde que decidí dedicarle al arte todos mis desvelos. La oportunidad de poder bailar mientras tocaba violín al mismo tiempo que encarnaba una presencia en escena, fue un milagro para mí. Es de las cosas más elaboradas y a la vez más prístinas que he tenido el enormísimo placer de materializar. Me gusta decir que el mejor momento de mi vida es, precisamente, el que no he vivido todavía. Pero si tuviese que elegir, este estaría definitivamente considerado. Todo este trabajo y esfuerzo, se tradujo en conciencia, en poesía. Lo que allí pasó no pasó desapercibido. Me enorgullece haber conformado una pequeña fracción de este cuerpo y su misión con esta obra de teatro. Considero que este proceso me catapultó a un nivel superior de experiencia artística. Conocí más de mi capacidad como artista que si quiera pensé que tuviese, y por eso, vivo agradecida.

Entonces pude encontrar mi segundo hogar. Llegue a un mejor entendimiento de la función en que se proponen las ideas artísticas. Agradezco la guía y también la niebla. Debo mencionar que gocé del mayor de los honores por haber podido trabajar con Carola García como directora de la pieza, y Luis Rodríguez como director musical. Agradezco la sabiduría compartida y valoro mucho todo lo que pude absorber de esta experiencia. A pesar de todas las confusiones y vistas borrosas a las que me enfrenté trabajando en Pluma, reconozco que tanto Carola como Luis supieron enseñarme lo positivo en eso.

Gracias a “Pluma y la Tempestad” tuve un firmamento donde me pude desenvolver con verdadera libertad. Confirmé un poco más que lo mejor que se tiene, se tiene a la mitad. Me fragmentó en mil pedazos que ahora moran en cientos de manos de brazos que me recibieron con toda su disposición cuando llegué. Aprendí un poco más del amor incondicional por lo que hago y por quienes he tenido la maravillosa oportunidad de compartirlo. Me enamore más de lo que considero el lenguaje más hermoso, el arte. Hoy sin duda sé que aquellos seres allá afuera existen y que otro mundo si es posible. Gracias a todo ese amor, aprendizaje y crecimiento, ahora me sostengo en el aire y respiro. Gracias a este mágico instante, aprendí un poco más a vivir en medio de la tempestad.